

Carta de un maestro a los candidatos...
JOAN FRIGOLA, GIRONA, 24 DE OCTUBRE DEL 2006.
A los maestros (a los de verdad, a los que vivimos y nos deprimimos en las aulas) se nos acusa a menudo de tener una visión parcial, reduccionista y sesgada de la enseñanza. Quizá sea cierto, pero qué les voy a decir: la cotidianidad y tozudez de los problemas hacen que los grandes planes y los buenos propósitos, sencillamente, nos resbalen. Nos gustaría que por una vez, y aunque fuera mentira, se pusieran encima de la mesa los conflictos de verdad. Y para evitar a los candidatos el esfuerzo de pensar, permítanme que les ofrezca cuatro pinceladas de por dónde podrían ir los tiros.
Las agresiones verbales y físicas a los maestros. Sí, las mismas que vosotros calificáis una y otra vez de hechos puntuales. ¿Cuántas serán necesarias para reconocer de una vez lo que está pasando y afrontarlo?
El goteo incesante de nuevo alumnado procedente de otras culturas. ¿Cuándo dirá alguien que, igual que es inevitable, es también un problema grave al que hasta ahora no se ha dado ninguna respuesta realista y coherente? ¿Tenemos que continuar por mucho tiempo dibujando la política de integración con un histórico complejo de culpabilidad colectiva? ¿Hay que seguir indefinidamente confundiendo el respeto a la diversidad con bajar vergonzosamente la cabeza?
¿Tenemos que acabar convirtiendo la escuela en el almacén de los hijos mientras los padres trabajan? ¿Es eso lo que entienden ustedes por conciliar la vida laboral, escolar y familiar?
¿Cuándo piensan explicar que con la sexta hora (les ha salido barata, ¿no?) han cerrado definitivamente la puerta a una solución que se aplica ya en otros lugares del Estado (y que por supuesto les hubiese salido más cara)?
¿Cómo es posible que si nunca como ahora se han dedicado tantos recursos humanos, materiales, económicos y temporales a la enseñanza, los alumnos lleguen al final de sus etapas de escolarización con unos conocimientos y unas capacidades tan pobres?
¿Cuándo habrá quien diga que las escuelas son centros de aprendizaje y no locales recreativos o casas de colonias permanentes?
¿Quién dirá que el aprendizaje requiere esfuerzo, constancia, trabajo, responsabilidad y un largo etcétera de valores y actitudes que hemos ido aniquilando de nuestra sociedad uno tras otro?
¿Por qué da la impresión de que la familia ha dimitido de su función educadora primigenia y principal?
¿A quién hay que recordar que atarse los zapatos, usar los cubiertos, aceptar un no por respuesta son aspectos que los niños deben aprender sin esperar que la escuela se lo enseñe?
Ya lo ven: no son solo los males de la enseñanza. Nosotros somos tan solo el espejo de lo que nos rodea. No tenemos nada, no nos pasa nada que no hayamos aprendido de fuera. Y ante todo, de ustedes, de aquellos que ahora nos piden el voto. Pero hay algo que no deben olvidar: el voto no se lo damos, se lo dejamos, y cada vez con más recelo.

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