EL RESPETO FRENTE A LA INDISCIPLINA
“Los hombres han nacido
los unos para los otros;
edúcales o padécelos”.
Marco Aurelio.
La tarea de educar tiene, por supuesto, límites y muchas veces no cumple sino parte de sus mejores propósitos.
Como educadores, madres-padres, nuestro esfuerzo por educarles mejor de lo que nosotros-as pensamos que fuimos educados encierra la paradoja que damos por supuesto que seremos capaces de hacerlo bien.
Hoy en día parece evidente que existe una dejación del principio de autoridad, tanto en la escuela como en el hogar y en la sociedad en general. Y aunque alguien recurra aquello de: “¡En la mía no!”, disculpémonos con lo que todas las generalizaciones son odiosas; incluso ésta.
El tema de la INDISCIPLINA es noticia hoy en día en cualquier medio de comunicación.
El niño empieza a estudiar en cierta medida a la fuerza y los niños no se esfuerzan voluntariamente más que en lo que les divierte. Los estudios a estas edades son algo que interesa a sus mayores no a él.
Por eso es el maestro el que debe hacerle ver que lo que enseña merece el esfuerzo que cuesta aprenderlo y nadie puede enseñar sino se siente respetado, valorado y admirado por sus alumnos.
No podemos exigirles que quieran conocer aquello que ignoran salvo por un acto de confianza y de obediencia (respeto) ante su autoridad.
En resumen no se puede educar al niño sin contrariarle en mayor o menor medida.
La disciplina y la educación de una persona vienen a ser lo mismo. Tanto la educación como la instrucción como la disciplina van unidas necesariamente a: enseñanza, conjunto de normas que cumplir (no hay cosa que más cueste que enseñar a estar sentados), observancia de leyes y ordenamiento (respeto hacia los demás).
Si el maestro es desposeído de su autoridad, es decir, de su ascendiente, aptitud y carácter para hacerse obedecer, se hará casi imposible la instrucción y la educación de su alumno.
Por todo ello deberíamos potenciar al máximo el buen entendimiento y la mejor relación educativa entre el colegio y las familias y que la autoridad dialogante pero firme y el respeto sea la receta que debemos emplear.
“El niño no es una botella que hay que llenar,
sino un fuego que es preciso encender” Montaigne.
“Los hombres han nacido
los unos para los otros;
edúcales o padécelos”.
Marco Aurelio.
La tarea de educar tiene, por supuesto, límites y muchas veces no cumple sino parte de sus mejores propósitos.
Como educadores, madres-padres, nuestro esfuerzo por educarles mejor de lo que nosotros-as pensamos que fuimos educados encierra la paradoja que damos por supuesto que seremos capaces de hacerlo bien.
Hoy en día parece evidente que existe una dejación del principio de autoridad, tanto en la escuela como en el hogar y en la sociedad en general. Y aunque alguien recurra aquello de: “¡En la mía no!”, disculpémonos con lo que todas las generalizaciones son odiosas; incluso ésta.
El tema de la INDISCIPLINA es noticia hoy en día en cualquier medio de comunicación.
El niño empieza a estudiar en cierta medida a la fuerza y los niños no se esfuerzan voluntariamente más que en lo que les divierte. Los estudios a estas edades son algo que interesa a sus mayores no a él.
Por eso es el maestro el que debe hacerle ver que lo que enseña merece el esfuerzo que cuesta aprenderlo y nadie puede enseñar sino se siente respetado, valorado y admirado por sus alumnos.
No podemos exigirles que quieran conocer aquello que ignoran salvo por un acto de confianza y de obediencia (respeto) ante su autoridad.
En resumen no se puede educar al niño sin contrariarle en mayor o menor medida.
La disciplina y la educación de una persona vienen a ser lo mismo. Tanto la educación como la instrucción como la disciplina van unidas necesariamente a: enseñanza, conjunto de normas que cumplir (no hay cosa que más cueste que enseñar a estar sentados), observancia de leyes y ordenamiento (respeto hacia los demás).
Si el maestro es desposeído de su autoridad, es decir, de su ascendiente, aptitud y carácter para hacerse obedecer, se hará casi imposible la instrucción y la educación de su alumno.
Por todo ello deberíamos potenciar al máximo el buen entendimiento y la mejor relación educativa entre el colegio y las familias y que la autoridad dialogante pero firme y el respeto sea la receta que debemos emplear.
“El niño no es una botella que hay que llenar,
sino un fuego que es preciso encender” Montaigne.
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